Cuarenta años de guerra sucia en el paraíso

Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez

Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?

El Otro (1959)
Roberto Fernández Retamar

 

 

por Arturo Landeros

Le decían el Chivo. Entró en la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” en Ayotzinapa para acabar la primaria y para ser profesor. Llegó a ser secretario de la Sociedad de Alumnos de la Normal y dirigente nacional de la Federación Nacional de Estudiantes Campesinos Socialistas, representando a todos los alumnos normalistas del país. Trabajaba vendiendo paletas heladas, sembrando maíz o cuidando un hotel en la cercana población de Tixtla, el resto del tiempo estudiaba para ayudar al pueblo, no sólo para enseñar.

El Chivo ayudó a organizar una huelga general por la destitución del gobernador del estado de Guerrero. Fue parte de una intentona electoral para cambiar las cosas en su entidad. Ambas acciones terminaron mal, con muertos y heridos. En una de esas ocasiones vio la muerte de cerquita, respirándole en su rostro indígena. Por su mente pasaron los años de lucha por demandas magisteriales, contra los excesos del presidente municipal, del gobernador, de los talamontes y los terratenientes. En aquel nefasto día la policía municipal mató a cinco compañeros, hiriendo a varios más, cuando se manifestaban pacíficamente para mejorar la situación de una comunidad rural. Iban por él, pero no le tocó porque el pueblo lo cubrió. En esa ocasión fue consciente de que la vía pacífica se le había agotado. Se lanzó a la montaña de Guerrero cumpliendo una promesa que había hecho: si matan a uno sólo de los nuestros, entonces vamos a acabar con todos los ricos.

Lejos de provocar desánimo, la represión provoca rabia. ¿Qué extraños mecanismos ancestrales pueden provocar que una mecha sea encendida? ¿Qué mano inconsciente puede acercar la cerilla?

El Chivo contuvo la ira para no convocar a la gente en ese mismo instante. Era consciente de la desventaja. Pensó que mientras el pueblo estuviera de su parte nunca los encontrarían si subían a los montes. Convocó asambleas con los comuneros, tal y como lo hacía con los padres de familia en las diferentes escuelas donde lo enviaron. Recuerdo que fueron justamente esas asambleas, en las que se trataban los diferentes problemas del pueblo y no sólo la educación de sus hijos e hijas, las que le costaron varios exilios en las comunidades más remotas. Fue consciente de que cada nuevo destino tenía por origen la misma circunstancia: el profesor alborota a los padres y las madres, decían las autoridades locales. Siempre que hay un problema, la comunidad acude al maestro guerrerense para ver cómo solucionarlo. El Chivo sabe de sobra que ya no es cosa de pedirle al gobierno por las buenas y con la ley en la mano, la solución está en las armas. Pronto serán cientos a su lado.

Durante algunos años el Chivo y sus hombres se quedaron en la sierra de Guerrero. El ejército los venía a buscar pero eran parados en seco por las balas insurgentes. Vinieron las advenedizas vanguardias revolucionarias a explicarles que la lucha debía ser contra el Estado, y los hombres del Chivo les decían que justamente era contra eso, contra el estado lamentable en el que estaban.

El Chivo y sus hombres peleaban para cambiar lo que ellos veían mal, contra las injusticias, contra los abusos de los mandones. Cambiarlas en lo próximo, en las mejoras que podrían pensarse sobre el mundo tal y como lo conocían. En la sencillez de las cosas que necesita una familia campesina para vivir. Era incomprensible que el mundo de los ricos necesitara tanto para realizar su existencia, y que esas cosas tuvieran que conseguirse a través de la desdicha de muchos.

Un mal día uno de sus conocidos fue obligado por el ejército a delatarlo. El ejército llegó hasta el cafetal donde el Chivo y su gente se escondían. Entre disparos el Chivo logró que los más jóvenes de su grupo escaparan, pero el cayó bajo las díscolas balas. Hay quien asegura que él no se dejó matar por el fuego enemigo, siguiendo los pasos de otros revolucionarios que en el momento final guardan la última munición para sí.

Decía el escritor mexicano Carlos Montemayor, autor de Guerra en el Paraíso, que la pobreza por sí misma no siempre ha sido el detonante de los movimientos sociales o de los levantamientos armados. La injusticia recurrente sí provoca un descontento social que puede ir intensificándose, tornándose más complejo, más violento y de mayor escala. También decía que estos movimientos son recurrentes cada 20 o 25 años. Esto es cuando los niños que perdieron a sus padres son capaces de retomar la lucha de la generación anterior. La lucha es entonces parte de su proyecto vital donde lo más importante es encontrar justicia para el esclarecimiento de la verdad.

La Guerra Sucia, o Terrorismo de Estado o Guerra Social, comenzó en México en sus diferentes geografías para frenar el descontento que generaba el desmontaje de los logros sociales de la revolución, o los nunca alcanzados. Si bien asociamos las acciones de violencia del Estado contra su población civil en el contexto de la Guerra Fría, en México, poco antes de acabar la Segunda Guerra Mundial, existieron movimientos campesinos y obreros que fueron reprimidos e intimidados con los mismos objetivos: matar, desaparecer, silenciar.

En 1943 un agrarista y antiguo colaborador de Emiliano Zapata, Rubén Jaramillo, tiene que escapar hacía los cerros de Morelos para salvar la vida. Con él se marchan los viejos zapatistas cumpliendo la orden que dejó el General: desentierren las armas cuando sea necesario. Lleva años luchando por los derechos agrarios, por la consolidación de la cooperativa de caña de azúcar en el Ingenio Zacatepec. Ha hablado con presidentes y ha recibido toda clase de promesas… y de amenazas. En las montañas de Morelos funda su movimiento armado contra la imposición violenta y arbitraria del Estado.

En 1962, habiendo sido amnistiado por el Presidente Adolfo López Mateo, Rubén Jaramillo, su esposa embarazada y sus tres hijos fueron encontrados muertos a los pies de las ruinas de Xochicalco. Las fuerzas de seguridad del Estado los habían asesinado como advertencia y venganza. El periódico El Universal del día 25 de mayo de 1962 escribía: Cuernavaca, Mor. El tristemente célebre rebelde de posesión y tráfico de drogas y despojo de tierras, fue muerto ayer a balazos en las ruinas de Xochicalco, de esta entidad, cuando pretendía huir de los miembros de la Policía Judicial Militar […] En la confusión que se produjo cuando el fugitivo trató intempestivamente de escudarse en sus parientes, perdieron también la vida […] Las autoridades judiciales tuvieron conocimiento de que, en estos días, Jaramillo y sus secuaces planeaban cometer una serie de fechorías…

La Guerra Sucia es sucia porque el Estado está obligado al cumplimento de una serie de leyes, acuerdos y tratados para garantizar los derechos humanos de las personas, aún cuando son detenidas en combate. Por eso el Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia, porque se entiende que cumplirá con esa responsabilidad. El Estado es un sistema en sí mismo, son sus instituciones y su manera particularísima de actuar: un Estado social y de derecho o un Estado Fascista, por ejemplo. El Estado físicamente lo constituyen desde el Presidente hasta el último empleado público pasando por el policía de barrio. Cuando se señala al Estado como el culpable de una matanza perpetrada por sus fuerzas de seguridad, se está señalando a ese sistema en general, no al gobierno que tiró del gatillo.

¿Quiénes callan cuándo calla el Estado? ¿Jueces, magistrados, diputados, senadores, funcionarios? Desde el punto de vista del Estado social y de derecho, que se supone es México, todo el aparato es culpable.

Si bien el Estado, a través de los diferentes gobiernos que lo han dirigido, alega que lo que hizo durante la Guerra Sucia fue defenderse, desde luego se extralimitó en su defensa. Jugó sucio. La mayoría de los detenidos murieron después de haber sido capturados con vida. Fueron torturados física y psicológicamente, enterrados en fosas o lanzados desde aviones, algunos incluso en plena Bahía de Acapulco. Pero lo peor de todo, si cabe, es que la gran mayoría de estas personas eran casi niños y niñas, de entre 18 y 25 años. La respuesta del Estado ante un grupo de jovencitos fue brutal, irracional y abusiva.

En México hay quién piensa que esta historia acabó hace ya unas décadas. Pero la Guerra que Felipe Calderón desató en el país no deja dudas de que habita entre nos-otros y nos-otras. Que nunca se ha ido. Ya Ernesto Zedillo la practicó en Chiapas contra los Zapatistas y, sobre todo, contra Acteal.

El fusilamiento de 22 personas detenidas por el ejército mexicano en el poblado de Tlatlaya, ocurrido el 30 de junio de 2014, resultó ser un recordatorio de lo muy próxima que nos queda esta historia. En ese municipio del estado de México varias personas que habían sido detenidas y desarmadas fueron acribilladas a quemarropa. Las imágenes y algunos testimonios han sido difundidas por la agencia AP y la revista Esquire, lo que obligó al gobierno a pronunciarse y abrir una investigación sobre un hecho del que sólo se sabía que el gobierno había acabado con unos presuntos criminales.

El 26 de septiembre 43 estudiantes, de la misma escuela Normal Rural donde el Chivo estudió, fueron detenidos por la policía municipal de la ciudad de Iguala, Guerrero. Los hechos ocurrieron en dos ataques donde murieron al menos 5 personas. Los 43 jóvenes de entre 18 y 25 años fueron trasladados en coches patrulla y posteriormente entregados a sicarios de la organización Guerreros Unidos. Según la fiscalía local las fuerzas del “orden” abrieron fuego porque los estudiantes estaban “tomando” autobuses supuestamente de forma violenta para transportarse hacía un evento reivindicativo en la Ciudad de México: La conmemoración de la masacre de estudiantes en Tlatelolco del 2 de octubre de 1968.

Según ha informado la fiscalía general de la República la orden de abrir fuego la dio el Alcalde de Iguala, José Luis Abarca, bajo el entendido de que los alumnos estarían saboteando un acto de su esposa, María de los Ángeles Pineda, directora de atención a la infancia local. Una comparecencia pública sobre los logros de su administración.
Paralelamente, en ese mismo mes y muy cerca de ahí, una Comisión de la Verdad (Comverdad) sobre las secuelas de la guerra contrainsurgente en Guerrero entre 1969 y 1979, confirmó serias violaciones a los derechos humanos y explicó la impunidad que persiste hasta hoy. En su informe señala que hay crímenes contra el derecho humanitario – como las desapariciones, asesinatos, tortura, «vuelos de la muerte» y militarización de poblados enteros hace 40 años- en Guerrero, donde la reparación del daño a la que el Estado está obligado es imposible de cubrir. Añade que: «Simplemente no hay modo de hacer reparación por la profundidad del daño causado a las víctimas y a la sociedad».

Poco antes de caer, el Chivo recordó la discusión que tuvo con la directora de la primaria donde lo habían transferido para que se estuviera tranquilo, lejos de la actividad política que venía desarrollando. Hasta él habían llegado unos cuantos padres de familia desesperados. Tienen dinero apenas para mal comer y la directora ha dicho que no podrán inscribir a sus hijos si no llevan uniforme y zapatos nuevos. Al comentarle la situación a la directora ésta se indigna y le dice que él no es nadie para contradecirla, que la medida es para que no se noten las diferencias sociales entre los alumnos y que es una decisión tomada. El Chivo le recuerda a la profesora que los alumnos van descalzos, que llegan a su aula sin haber comido desde hace días y que algunos se desmayan en clase. Le dice que para él no hacen falta ni pantalones nuevos ni zapatos para aprender. Esa batalla la perdió el Chivo, pero desde entonces la gente estuvo con él. Incluso cuando lo transfirieron de Guerrero al lejano Durango. Cuando pidieron y consiguieron su vuelta, y cuando los de Durango no lo querían dejar ir por todo lo que en poco tiempo ayudó a organizar.

Ese 2 de diciembre de 1974, hace casi 40 años, el Chivo se fue para encontrarse con otros que como él quisieron tomar la lucha donde le correspondía a su generación. Es mucho lo que le debemos aunque muchos ni siquiera lo sepan. Para no olvidar, a los pocos días por las calles de su Atoyac natal se escuchaba un corrido a la manera de los que se escribieron para Zapata y Villa, cuya letra dice: Diciembre setenta y cuatro / muy presente tengo yo / el gobierno mexicano / a un guerrillero mató / Lucio Cabañas no ha muerto / la sierra lo cobijó / el pueblo mantiene vivo / la llama que él encendió…

Deja un comentario