Figment, la cremosa eternidad de Andy Warhol

campbellpor Lola Zavala

22 de febrero. En Nueva York tal día como hoy pero en 1987, a las 6:30 de la mañana, Andy Warhol murió. Él quería una lápida en blanco, sin nombre, sin nada. Quería que pusiese «figment»: imaginario, ficción, invención. Algo así como que todo siguiera como estaba previsto, que la vida continuara, aunque él ya no estuviese aquí. Pero está y sigue estando.

«I never understood why when you died, you didn’t just vanish, and everything could just keep going on the way it was only you just wouldn’t be there. I always thought I’d like my own tombstone to be blank. No epitaph and no name. Well, actually, I’d like it to say “figment.”

A través del proyecto «Figment», Andy está conectado con el mundo las 24 horas del día, los siete días de la semana. Por medio de una EarthCam su tumba está siempre disponible, al alcance de un click de ratón.

Cuando visité el sitio virtual por primera vez, en febrero de 2016, había caído una nevada que la había vestido de blanco. Un globo-corazón se asomaba entre la espesa capa de nieve y sobrevivía a marchas forzadas desde el último Día de San Valentín. A la mañana siguiente había salido el sol y la nieve se había derretido, pero aún así el globo-corazón no había conseguido recuperarse. Aparecieron flores y un globo plateado, en forma de estrella, ondeaba a sus pies.

La cámara capta los sonidos que hace el viento cuando acaricia su lápida y también los rugidos de los coches de la carretera más cercana.

A lo largo del año la gente le va dejando obsequios variopintos: vistosas pelucas, veladoras, pines diversos, cartas, gorros y arbolitos de navidad -con esferas y todo-, flores, globos, dibujos, fotografías, enanitos de jardín, calabazas con gafas, dulces, cocacolas y tarjetas postales, entre otros objetos.

Y se pueden enviar flores (un ramo $50), una lata Campell’s (10$) o ambas cosas por 75$ (parece ser que el ramo de flores de este paquete es 15 dólares más grande). El servicio incluye que alguien las deposite en su tumba mientras el comprador morbosamente observa el momentazo desde la comodidad de su sofá. Parte de las aportaciones van destinadas a un banco de comida de Pittsburgh.

Así pues, el pobre Andy, está condenado a comer cremita condensada de tomate por toda la eternidad. A estas alturas, quizá, ya hasta la odia. Como Mafalda a la sopa. Tal cual.

Andy

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