Lucky man

Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez

por Lola Zavala
fotos: Rodrigo Vázquez

La tarde en Barcelona lucía clara y radiante. Era febrero y el fuerte viento nos alborotaba a todos el pelo. A Héctor, además, sus sombreros. Lo vi caminar hacia mí, con su enorme guitarrón, tratando de controlarlos.

Así conocí a Héctor Sánchez Campero. A Héctor el estudiante de arquitectura, el geógrafo, el maestro, el músico, el viajero, el hijo, el hermano, el dibujante de tepalcates, el compositor, el ganador de premios, el amante de los sonidos tradicionales, el folklorista, el padre de familia, el amigo platicador, el cantante, el tenista, el arpista y, siempre que está en Barcelona, el mariachi.

Y seguro que se me escaparon muchas de sus vidas, pues tan sólo pude descubrir las que salieron a pasear conmigo en aquella hermosa tarde de camaradería y charla distendida. Porque Héctor es así: dicharachero y platicador. Es un hombre memorioso y de conversación iluminada. Habla con amor de sus alumnos, de aquellos pequeños niños músicos que esperan ansiosos su vuelta a México. De los logros de sus hijos. De su vida en los escenarios del mundo. De aquél premio que obtuvo con su grupo y que lo llevó a viajar durante dos meses por diferentes ciudades de Japón. De las señoronas que le pedían autógrafos directamente sobre sus elegantes vestidos. De su trabajo para el cine y del Ariel que ganó. De su amor por México, el país donde nació y del que cada vez le cuesta más trabajo alejarse.

Pero él va y viene, viene y va. Aquí viven sus hijos desde hace 15 años, los mismos que han pasado desde que llegó con ellos y con su mujer a vivir en esta ciudad.

¿Cómo llegaste a Barcelona?

Nosotros estábamos en México viviendo rumbo al Desierto de los leones y teníamos una casa muy bonita. Mis hijos, que eran muy pequeños, iban a un colegio por la carretera y para llevarlos en la mañana un día llegué a contar 16 pistolas. Eran de los propios padres que llevaban también a sus hijos. Hace 16 años, estaba México (el DF) muy bravo. Entonces empezamos mi esposa y yo a platicar. ¿Qué hacemos? Y nos enteramos que a Vancouver, en Canadá, le llamaban la ciudad de los niños. Nos alocamos y fuimos a conocerla y ya estábamos para irnos para allá. Pero mi hijo es muy buen músico, y los de secundaria lo habían invitado a tocar con ellos en la escuela para el fin de año. Y se nos hizo muy feo irnos después de que todo el año había estado ensayando. Nos quedamos. Cancelamos los boletos que ya teníamos comprados y entonces, después del festival, leyendo el periódico vimos un anuncio que decía: Vuele a Madrid. Y dijimos: Oye ¿y si vamos a Madrid para el fin de año?

Pero tengo un hermano que vive en Toulouse, que también hace música, y mi cuñada tenía una casa en Marbella, en Andalucía. Entonces les dijimos que veníamos a España y así fue como fuimos a dar a Marbella para pasar el año nuevo. Y ahí estaba el médico que veía a los niños en México, que ahí tenía una casa. Y a todos nos pasó a cuchillo. Luego de los análisis el médico nos enseñó una muestra de sangre con unos grumos y nos dijo: Miren esta sangre es de una persona que tiene algunos problemas, que ya tiene cierta edad, contaminaciones, etc. Esa era la de mi cuñada, que tenía en aquel momento casi 60 años. Luego nos mostró otra, casi igual, y nos dijo: A ver ¿de quién es? Y pensamos que era de mi hermano. Y no. Era la sangre de mi hija. Nos recomendó que ya no la lleváramos a México. Su sangre estaba invadida de plomo, por la contaminación.

Regresamos a México a quemar las naves, coche, casa, salir del grupo de los Folkloristas con el que tocaba, regalamos muebles, etc. Y así venimos a dar a España.

Compramos una casa muy bonita en Marbella, con piscina y jardines. Todo perfecto. Pero era todo lo que había. Sólo la montaña y luego por ahí, de repente, se oía algún borrego a lo lejos. Al principio era una belleza, pero a los tres meses ya nos preguntábamos ¿qué hacemos aquí? Estábamos más aburridos que bailar con una hermana. Así estuvimos casi un año. Empezamos a buscar otro sitio viajando por España y descubrimos Barcelona. Barcelona tiene mar, hay cultura, cines, teatros… Allá había sólo un cine, de cultura cero. Es para borrachos ese lugar. La gente va allá a ponerse hasta las chanclas.

Foto: Rodrigo Vázquez
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¿Cómo es ir y venir?

La verdad lo que me ha servido de estar acá es que buscamos darle a nuestros hijos oportunidades para realizarse, para tener otros niveles de conocimiento del mundo. Y creo que lo hemos conseguido. Han viajado, han hecho buena escuela. No tienen miedo ni de aeropuertos ni mucho menos. Pueden ir a donde les dé la gana, a trabajar, a ser y hacer lo que ellos quieran.

Allá tengo a mis amigos. Mis clases con los niños, el son huasteco. Yo tengo aquí 16 años y no he ido a la casa de ningún amigo. Las costumbres son muy distintas. Los catalanes no te invitan a sus casas y en México te la pasas de casa en casa. En mi casa siempre hay gente. Nada más de caminar por la calle, en mi barrio, me voy encontrando gente. Al final acaba todo en casa de alguien, con un gentío. Todos tocando y cantando.

Con tantos años que llevo dando clases, he tenido muchísimos alumnos. Le he dado clases a medio México. Y cada que vuelvo me los encuentro, ya adultos, hombres y mujeres. Y se acuerdan de cuando les di clases de niños. Formamos, incluso, un grupo de puras pulguitas, igual a Los Folkloristas.

Llego a México y todos tocan y cantan. En la calle una vez me paró un marinero. Me dijo: Déjeme saludarlo maestro, porque yo gracias a usted me inspiré para dedicarme a la música. Y ahora la banda de Marina toca mis músicas. 

 

Foto: Rodrigo Vázquez
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¿Has podido integrarte como músico en Barcelona?

Yo siempre digo que soy afortunado, porque no hago por las cosas, ellas me llegan. No sé por qué. Mira, estando aquí, mi esposa vio un anuncio en el que buscaban un mexicano que tocara son jarocho. Un mariachi. Ve hombre, para que no estés aburrido, me dijo ella. Así que llegué un martes a verlos y el viernes ya estaba yo tocando mariachi. ¡Yo nunca había sido mariachi!

¿Alguna anécdota con el mariachi?

Nos contrataron una vez a las 10 de la mañana de un lunes, cerca de Vic. Llegamos al estacionamiento de un supermercado. Salió un chamaco, jovencito, como de unos veinte años y otro más joven que lo animaba. Nosotros ahí, en la mitad del estacionamiento, vestidos de mariachi.

Y nos dice: ¡Vengan muchachos! Y entonces se mete al supermercado y saca a una cajera a la que le quería pedir que fuera su novia. Se puso un sombrero y se puso a leerle una cosa: Yo que te quiero tanto…te quiero pedir que…Y nosotros detrás tocando, tran tran tran tran. Una situación rarísima. La chavita preocupada porque la iban a despedir del trabajo. No sabía si emocionarse o qué.

Sueño contigo y quiero que seamos una pareja…seguía él. Y nosotros detrás: chan, chan, chan, chan. Y en eso le gritaron a la chava para que regresara a su puesto. Se metió corriendo pero el amigo la trajo de nuevo. Y entonces le dijo que sí, le dio un beso y se regresó a trabajar.

Y ya. El chavo nos pagó, nos pagó bien ¿eh? Y nos fuimos. Todo rarísimo y muy gracioso.

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Foto: Rodrigo Vázquez

¿Cómo es que eres también geógrafo?

Empecé la carrera de arquitectura, pero la dejé porque se murió mi padre. Soy el mayor de siete hermanos, imagínate, era una escuinclería aquello. Entonces empecé a trabajar y no podía con la escuela, la dejé.

¿Trabajabas en la música?

Estaba en la música pero no daba para vivir. Yo dibujaba. Así rodando, rodando, le ayudé a un amigo que se llamaba Rubén López, que cantaba precioso y era un folklorista impresionante, a hacer su tesis de geografía. Le ayudé a hacer los mapas y todo. Y le gustaron tanto los dibujos que le hice que me invitó a trabajar en el Instituto de Geografía, en la Universidad. Ahí conocí a más gente y me dijeron, pues ya que estás aquí hazte la carrera. Así que estudié Geografía. ¡Hice hasta la maestría!

Ya te digo que soy afortunado. Estaba yo en esas cuando me llama una maestra y me dice: Oiga, hay una señora que necesita un dibujo. ¿Se lo puede hacer? ¡Sí, cómo no! A los tres días se lo di. Me quiso pagar pero le dije que no era nada. A los 15 días me recomendó con otro señor que necesitaba unos dibujos. Me fui a Tehuacán, en Puebla. Y era un tipo de la Fundación Rockefeller. Un antropólogo que en esa época era muy famoso y quería dibujos para su libro. Salí de ahí cargando dos cajotas de piedras. Le agarré la onda y eran tantos tepalcates que tuve que poner un taller de dibujo. Ganaba un dineral. Y todo por no haberle cobrado a la maestra su dibujito.

Luego hubo una época en que me salí de los Folkloristas y con Los Locos del Ritmo, que era un grupo de rock, hicimos un grupo que se llamaba Mister Loco. Hacíamos rock mezclado con folklor. Una vez fuimos a tocar a un festival de la Yamaha, era un concurso y lo ganamos. Y al poco tiempo nos llegó la invitación de ir a representar a México en el Festival Mundial de la Canción en Tokio. Fuimos y ganamos el gran premio, con medalla de oro y toda la cosa. Parte del premio era viajar por todo Japón cantando la canción ganadora. Se llamaba Lucky man. Estuvimos viajando durante dos meses.

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Foto: Rodrigo Vázquez

¿Y el arpa?

Una vez estaba sentado, ahí en la calle. Y pasó un amigo y me dijo: ¿Vas a estar ahí? Sí, le respondí. Y se fue y regresó con un arpa. Y me dijo: Ora, vamos a tocar. Y yo ¿y eso cómo se toca? Ay, perdón me confundí. ¿Pues que no eres de Veracruz? No, le dije. Bueno, pues me la llevo. Y no lo dejé. Le dije: Ora me la prestas. Y así me la llevaron a la casa y así fue como empecé a tocar el arpa.

¿Y lo del cine?

Igual me pasó. Fuimos a un concierto con Los Folkloristas y llegó un señor y me pidió que le hiciera la música de una película. La grabé en casa de un amigo en un departamento. Entre amigos. Y gané el Ariel. Llegan las cosas solitas.

-A ti te llegan, apunta su mujer.
-Así también llegó ella, apunta Héctor. (Risas)

A raíz de ese premio me empezó a llamar gente que yo desde niño admiraba. Así llegó una mujer que era muy bella para mí cuando yo era niño, Elsa Aguirre. También El Indio Fernández, René Cardona. Trabajé con todos los que hacían películas en esa época. Los Hermanos Almada, uy, le hice muchas películas a ellos.

Yo recuerdo cuando empezó el mambo en México. Me volvía loco. Me juntaba 20 centavos para ir al teatro a ver la Orquesta de Pérez Prado. Era mi máximo. Con los años, en no sé qué fiesta, nos ganamos una medallota de oro, bueno dorada, de la radio. Y estábamos en la fiesta y que me tocan por la espalda y era él ¡Pérez Prado, saludándome! Una locura.

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Foto: Rodrigo Vázquez

¿Te gustaría o te has involucrado con otras músicas?

El flamenco se me antoja tanto. Justo pasó que un cantante de acá, Antonio Barullo, fue a México y conoció el trabajo de los niños de las Jóvenes Orquestas, de mi amigo Juan Carlos Calzada, e hizo una película muy bonita. Hay un video donde se ve que va este músico a ver a los niños que tocan son jarocho en el D.F. Y grabaron también, en Barcelona, a los niños de La Mina que cantan y bailan flamenco. Son unas fieras esos niños, cantan precioso. Así que en el video cantan juntos, los niños de aquí y los niños de allá.

Los de México grabaron un poco desafinado pero eso no es lo importante. El proyecto es muy bonito, se trabaja con niños de muy escasos recursos. Se limpian y se rescatan terrenos para ahí dar las clases.  A mí me pasan a los niños que van más avanzados. Ahí estamos, dando clases, luego llegan las mamás con una cazuela de chicharrón en salsa verde y acabamos las clases taqueando. Otra señora me regala tejocotes. Y una vez una niña a la que  le doy clases, que canta y baila jarocho precioso, llega y me dice: mire para usted maestro y me trae una naranja. Yo estoy fascinado ahí.  Ahora mismo ya están esperando mi vuelta.

La última vez que venía yo de México para acá, la calle estaba llena de gente gritando ¡Que no se vaya, que no se vaya! Todos los chamacos a los que les doy clases y sus papás. Me rompen el alma. Me vuelven loco. Me encantan y me emocionan.

A mí cada vez me entra más el arraigo a México. Cada vez estoy más apegado. Y además, me encanta que sea así. Allá tengo mucho que hacer.

Y así concluyó una hermosa tarde. Entre charlas sobre su pasado con Los Folkloristas, de cuando acompañó a Mercedes Sosa, de la música tradicional mexicana, su pasión, mientras nos daba un aventón a casa y en su coche sonaba un Héctor recitando, hermosamente y de memoria, a Rubén Darío.

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