Una foto histórica. Las leyendas de la Lucha Libre mexicana: Anibal, Villano I, Perro Aguayo, Lizmark, Villano III, Mil Máscaras, Sangre Chicana, Dos Caras, Brazo de Oro, Masakre, El Brazo, MS1, Tinieblas, Huracán Ramírez, Canek, Enrique Vera, El Brazo, Ray Mendoza (referee), Edgar Valero, Ángel Azteca, Negro Navarro, Brazo de Plata, El Signo, Hijo del Santo, Fishman, Texano, Satánico y Dr. Gustavo Zabaleta, en el Toreo Cuatro Caminos, por ahí de 1984 o 1985.
por Lola Zavala
La lucha libre mexicana es un espectáculo y un deporte que tiene el poder de reunir a personas de toda edad, sexo y condición social. Las arenas están repartidas por toda la República Mexicana y son los templos a los que se acude a disfrutar y a adorar a los dioses y diosas del cuadrilátero. De manera sorprendente las personas que conforman este variopinto público se entremezclan y juntas no sólo gozan del espectáculo sino también contribuyen a hacerlo.
El referee anuncia con bombo y platillo a los participantes de la pelea, que será a dos de tres caídas y sin límite de tiempo. Unas edecanes en «chiquini» acompañan a cada luchador que, a ritmo de su canción favorita y bajo una espesa nube de hielo seco, recorre la pasarela mostrando su poderosa musculatura. No falta quien además presuma de una belleza irresistible, pues sabemos de alguno que asegura ser 1000% guapo. La gente grita emocionada y el luchador ocupa su sitio en el cuadrilátero, no sin antes subirse a las cuerdas y mentarle la madre al personal si la rechifla en su contra es importante.
Anunciados todos y en el ring dispuestos arranca el primer combate. Es entonces cuando se desatan todo tipo de pasiones, dirigidas hacia los luchadores, ya sean rudos o técnicos, y también hacia la audiencia, pues cada bando tiene su propio club de admiradores. Mientras duran los combates el público grita emocionado, discute con los fans del contrincante y festeja sin tapujos y ruidosamente el triunfo de su luchador favorito.
Máximo, el repartidor de besos
Nadie se corta un pelo a la hora de gritar barbaridades, tanto la señora que regenta un puesto en el mercado, como la señorona de alto copete, a la que se puede ver y oir gritando y silbando, despeinada y feliz, cuando su luchador favorito consigue aplicarle a su enemigo «la Quebradora» o «la Urracarrana» y lo abandona rendido y exhausto besando la lona. Los niños y niñas también ríen y festejan y muchos portan orgullosos una copia en miniatura de la máscara de su héroe favorito. O heroína, porque también sube al ring el sector femenino. También sube el exótico, que es el formado por luchadores amanerados cuyas armas letales no son los golpes sino los besos. Unos sugerentes y delicados ósculos que plantan en los morros de los más rudos y muy machos luchadores, quienes se quedan pasmados ante semejante atentado a su masculinidad, mientras en el ambiente resuenan las carcajadas del respetable público.
La lucha libre mexicana es un espectáculo y un deporte popular que cualquiera que visita México no debería perderse. Se combinan las acrobacias con los peligrosos saltos fuera del cuadrilátero (para gozo y susto del público de la primera fila), las llaves y contrallaves, las maniobras aéreas, el uso de las cuerdas para impulsarse y chocar contra el otro e incluso, para sorpresa de todos, para literalmente volar y aterrizar encima del contrincante. A veces la técnica se transforma en rudeza y vuelan, además de los golpes, las sillas más cercanas, de ahí el término «rudo». Los rudos, obviamente, son amonestados por ello, pero el sillazo en la cabeza del pobre luchador técnico ya dejó un visible chichón y ayudó a caldear el ambiente.
Shoker, 1000 % guapo. Foto: @carlosPRESS
La mayoría de los luchadores tiene el rostro cubierto por una máscara y su nombre de batalla y los diseños de toda su indumentaria son bastante ingeniosos. Un luchador enmascarado jamás debe mostrar al público su verdadero rostro y por eso las luchas más emocionantes son aquellas en las que se juega máscara contra cabellera. Si el luchador enmascarado pierde el combate, se ve en la penosa obligación de dejar que el otro le arranque la máscara, la dignidad y el secreto bien guardado de su verdadera identidad. Ese luchador pierde su máscara y tendrá que luchar de ahí en adelante a cara descubierta. Si el que pierde es el de la cabellera, tendrá que dejar que su rival le corte su tan preciada melena frente a un público ávido de verle trasquilado, humillado y debilitado como a un traicionado Sansón del cuadrilátero.
Blue Demon y Santo, el enmascarado de plata
Los más famosos luchadores en la historia de la lucha libre mexicana han sido Blue Demon y Santo «El enmascarado de plata», quien protagonizó 52 películas entre los años 60 y 80 convirtiéndose en una leyenda conocida a nivel mundial. Santo jamás perdió su máscara plateada y de ahí se creó el mito de que nunca, bajo ninguna circunstancia, se la quitaba. Blue Demon y Santo fueron eternos rivales, aunque nunca pelearon máscara contra máscara. Protagonizaron juntos diez películas, y son dos de los iconos más conocidos de la cultura popular mexicana. Otros famosos luchadores de aquella época son Mil Máscaras, El Rayo de Jalisco, el Huracán Ramírez y Tinieblas, quien tuvo, al igual que Santo, una serie de cómics basados en su personaje.
Cuando un luchador ha tenido una fama considerable existe la tradición de que su hijo porte el mismo nombre al que se le agrega «hijo de» o bien junior. En la actualidad están en activo algunos de ellos, como el Hijo del Santo, Blue Demon Jr y Tinieblas Junior, entre muchos otros.
Hijo del Santo y Blue Demon Jr
La Lucha Libre mexicana es, sin duda, uno de los máximos referentes y generadores de la auténtica cultura popular mexicana. Alrededor de ella hay innumerables manifestaciones populares: desde la tipografía de sus carteles, muñecos de plástico, cómics, frases célebres, películas, camisetas y hasta música.
La Lucha Libre mexicana es un ritual sin igual. Es un espectáculo completo, poblado de héroes de carne y hueso, que hay que experimentar, por lo menos una vez en la vida, para acercarse de lleno a la cultura y a la idiosincrasia mexicanas.
Foto: Tinieblas Jr, Tinieblas y Alushe, Lourdes Grobet
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