por Lola Zavala
László József Bíró siempre fue un hombre inquieto. En su Hungría natal fue aduanero, vendedor a domicilio, escultor, agente de bolsa, corredor de automóviles, hipnotizador, pintor e inventor. También fue periodista, lo que le condujo a desarrollar el mejor de sus inventos y, hasta podemos decir, el que le salvó la vida.
Harto de las manchas en la camisa, cansado de que se le acabara la tinta o de que la pluma fuente se le atascara en el momento más inoportuno, László se puso a pensar. Su hermano Georg, que era químico, ayudó creando la tinta y a él, observando a unos niños jugando con una pelota que se deslizaba en un charco, se le prendió el foco: ¡una bolita! ¡La solución está en una bolita!
Así fue como inventó el primer bolígrafo que, aunque le faltaba pulirlo, utilizaba siempre. En 1938, estando en un hotel haciendo uso de su invento coincidió con un argentino que, admirado por el artefacto, se acercó a conversar y le dejó su tarjeta.
La guerra mundial estalló y László, que era judío, se acordó de aquél personaje que le había ofrecido ayuda. Buscó aquella tarjeta y se puso en contacto con él para tomarle la palabra. El personaje en cuestión resultó ser, nada más y nada menos que Agustín Pedro Justo, el presidente de Argentina. Así fue como nuestro hombre pudo instalarse en Buenos Aires y crear la empresa Biro Meyne Biro (con su hermano y un amigo: Juan Jorge Meyne).
Al poco tiempo sacaron a la venta la esferográfica Birome que aún perdía tinta y manchaba todo. Cuentan que llegaron a venderla junto con un vale para la tintorería. Sin embargo, un año más tarde, consiguió evitar las desagradables pérdidas de tinta. Su invento entonces se volvió muy popular. Y no era para menos. Le llovieron un montón de ofertas de todo el mundo por los derechos de fabricación y en Estados Unidos pagaron por ellos la nada despreciable cantidad de dos millones de dólares. Más tarde también vendió los derechos a la empresa francesa Bic.
Ladislao José Biro, así le llamaban sus amigos de aquél lado del mundo, se nacionalizó argentino y permaneció hasta el fin de su días en ese país que le abrió los brazos y tras desarrollar, al menos, unos treinta inventos más. Entre ellos un perfumero, el predecesor del tan popular desodorante de bolita.
Argentina celebra el día del inventor en la fecha de su nacimiento. Un merecido homenaje a Ladislao, el creador del imprescindible bolígrafo, nacido el 29 de septiembre de 1899. Nosotros también lo celebramos.