por Lola Zavala
fotos: Rodrigo Vázquez
En memoria del entrañable Manolo *
El secreto mejor guardado de Barcelona está justo donde la ciudad cambia de nombre y se convierte en Hospitalet. Se llama La Cocina de Graciela. Es una típica “fondita mexicana”, llena de color y de cariño, regentada por una entrañable pareja: Chela y Manolo. Él es andaluz, de Jaén, y ella es de Nayarit, México. Es corita, como amorosamente la llama Manolo, del mero Puerto Vallarta.
La fondita ofrece manjares a la carta y un menú diario, lo que en México llamamos, sin albur de ningún tipo, “comida corrida”. La cocina de Graciela es totalmente mexicana y sobre todo casera. Desde muy pequeña ella aprendió a preparar las recetas de su familia y eso es lo que ofrece en su restaurante. Guisados y garnachitas de toda la vida, que saben a hogar, a familia, a cariño, a la tierra y hasta al cielo donde nacimos. Al probarlos nos dan un abrazo sincero y a no pocos les han arrancado hasta las lágrimas:
¡Chela! ¡Qué rico está esto! Sabe igualito a como lo hacía mi mamá. ¿Dónde te habías metido todo este tiempo?
Y es entonces cuando Chela nos cuenta su historia:
Yo nací en Nayarit, mi madre es de ahí y mi padre es de Jalisco. Yo crecí en Puerto Vallarta y cuando trabajaba en un minisuper conocí a una chica cuyos padres vivían en España. Me ofreció venir acá a trabajar de canguro, pues ella vendría con sus hijas a abrir un hotel. Y yo pensé: me voy por un tiempo, un año, conozco y me regreso. Esto era en el año 1988.
Mi padre, obviamente, no quería. Pero yo vine. Me encargué de cuidar a dos niñas, una de dos años y la otra de seis meses. Llegué a Ampuriabrava. Y ahí conocí a Manolo que era el chef de cocina del hotel. Recuerdo que me cayó fatal cuando lo conocí.
¡Yo tenía novio en México! Y estando ya aquí empecé a salir con Manolo, como amigos, y nos empezamos a conocer. Pero llegó el momento de regresar a México. Él me dijo: ¡Yo no quiero que te vayas! Yo me quiero casar contigo. Y le dije: Pues yo me caso en México, si quieres. Éramos novios ya. Pero nada más de manita sudada ¿eh? Nada de nada. Yo me dije: como vine me voy. (Risas) Entonces él por teléfono habló con mis padres. Estaban enfadados. Me decían: ¡Yo no te mandé a España para que consiguieras marido!
Total que me regresé y cuando me fui él compró su boleto de avión. Preparamos toda la boda y nos casamos allá. Hicimos una boda muy bonita.
¡Una boda de recordar! – Apunta Manolo con un clarísimo acento andalúz. El mariachi fue a buscarla a su casa para llevarla a la iglesia. Todo el tiempo tocando. Y luego de la iglesia al casino donde fue la boda.
Yo iba dentro del coche que iba despacito, a vuelta de rueda, y el mariachi afuera tocando. Mi padre aplaudió emocionado mientras sonaba aquella de “yo tengo el orgullo de ser nayarita..” ¿La conoces? Tocaron también el Ave María dentro de la iglesia.
Ya en el salón había una orquesta, y cuando dejaba de tocar, sonaba del otro lado otra vez el mariachi. – Apunta, emocionado, Manolo.
Menos mal que no se quería casar. Comenta, divertida, Chela.
Oye, Manolo y tú ¿qué hacías por acá en Gerona? También estabas lejos de tu tierra.
Bueno, nosotros hemos sido siempre inmigrantes. La historia de mi familia es que tuvo que salir del pueblo por narices. Mi padre era arriero y por ser hijo del exalcalde del pueblo, en la guerra, era muy perseguido. Y al final de cuentas tuvimos que marchar. Yo llegué a Barcelona, aquí a Hospitalet precisamente, con doce años. Y con doce años me fui a Rosas, en Gerona, a ver a la hermana pequeña de mi madre y ella de cachondeo dijo que ya teníamos edad para trabajar. Y yo, ni corto ni perezoso, me fui a buscar trabajo. Y así fue como empecé a trabajar en el bar Nuria, me pagaban 3 mil pesetas al mes y 50 de propina. Las 3 mil iban para mi madre, el resto para mí. Esto era el año 1971.
Y después de la boda, ¿vinieron a vivir acá? ¿O se quedaron en México?
Nos vinimos para acá. Responden ambos a coro. Estuvimos una temporadita y nos montamos un primer restaurante mexicano. Pero en aquél entonces no había los productos que hay hoy en día. Era muy difícil de llevar. Era el año 1991.
Y teníamos gente, sí. Gente de Barcelona y franceses, muchos franceses. – Dice Chela.
Luego se complicó la cosa. El propietario del local era un familiar mío. Y la cosa no acabó bien. Se juntaron una serie de inconvenientes y decidimos irnos a México. En Puerto Vallarta estuvimos seis años. De ahí me fui a Los Ángeles. – Explica Manolo.
Durante esos seis años ¿tú qué hiciste en México?
Pescar.
Bueno, también estuviste trabajando en un hotel. – Apunta ella.
Sí, al hotel iba por las mañanas y de vez en cuando me pedían que fuera los fines de semana para ayudar a montar platos. Yo realmente comencé haciendo desayunos allá. Pero pescando lo pasaba pipa. En casa hay una foto de un tío subido en una pickup, un tío de casi dos metros. Era uno de la Marina. Con la mano levantada sujeta el pico del pescado y la aleta se arrastra. Ese bicharraco lo pesqué yo. Y pescaba dorados y pargos. ¡Pero pargos de los grandes!
¿Y por qué decidieron salir de México?
Pues a Manolo no le sentaba muy bien el clima. El calor y la altura no le hacían bien. A cada momento se desmayaba. Un día andaba en el mar, en Puerto Vallarta, y me llegó con una brecha en la frente. ¿Qué te pasó Manolo? Le dije. Nada, me contestó. Me golpeé con un anzuelo. Luego mi tía me dijo que su marido le contó que Manolo se había caído desmayado en la lancha. Que menos mal que había caído dentro y no al mar. Mar abierto, imagínate tú. Así, desmayado, se hubiera ahogado.
Y yo, luego de enfrentar a Manolo, se lo conté a mi madre. Ella preocupada me preguntó que si allá en España le pasaba lo mismo. Le dije que no. Mi mamá me dijo: Mira, yo estoy muy feliz de que estén aquí conmigo pero si es a ese precio pues es mejor que se vayan. Y entonces él se fue por un tiempo a Los Ángeles. Mi hermano tiene un negocio allá y necesitaba de alguien que le ayudara. Y ya estando allí acordé con mi hermano que le diera para el boleto para que se viniera a España a ver a su familia. Yo lo alcancé cuando la niña acabó el curso. De eso hace 16 años. Y aquí nos establecimos. Llegamos acá y como a los seis meses murió su padre. Así pudo estar pendiente de su mamá y de sus hermanos.
Yo llegando me embaracé de la otra niña, de la pequeña, que ya tiene 15 años. La otra tiene 24. Y tengo dos trastillos – dos nietecitos – que andan ya por ahí. Son una niña y un niño, de mi hija mayor. Su chico es de Perú, muy trabajador.
¿Y en estos 15 años has vuelto a México?
Sí, he ido tres veces. Mis padres y mis hermanos también han venido. Manolo, no. Está el pobre que se sube por las paredes.
¿Y cuándo abrieron el restaurante?
En mayo van a cumplirse dos años. Al principio, el primer año, fue fatal. Muy difícil. Yo ya no quería seguir. Pensaba cerrar e irme a limpiar escaleras. Manolo ha insistido mucho en esperar. Y es que hemos invertido mucho. No tuvimos dinero para coger un lugar en el centro. Y encontramos este sitio que antes era un bar dominicano. Problemático. Los mossos venían cada dos por tres. ¡Venían armados hasta los dientes!
Todo eso no lo sabíamos y nadie nos dijo nada. Vimos el local y nos lo quedamos. Pero había sido un local conflictivo. Comenzamos con una mala suerte impresionante. Venimos a sacar basura del patio, empezamos a limpiar. Y cuando llegamos al día siguiente, sobre las cinco, olía a humo. Abrimos la puerta y vimos todo blanco y negro. ¡Se había quemado la cocina! El cristal se reventó, el extintor petó y apagó el fuego, afortunadamente.
Habíamos ya limpiado. Y ese día nos encontramos todo negro: los techos, la cocina, el suelo, las paredes. Todo. Nos fue como en feria. Se nos cayó el alma al suelo. Le hemos padecido bastante. Después de todo lo que nos ha pasado ahora le tenemos cariño. La gente no entraba, nos veían como bichos raros.
¿Y ahora sí entran los vecinos?
Sí. Ya nos conoce todo mundo. Están muy contentos, porque antes no se podía ni entrar a esta calle.
Y cuéntanos. La comida que se sirve ¿dónde la aprendiste a hacer?
A mí desde muy chiquita me ha gustado la cocina. Yo vengo de una familia muy numerosa, éramos catorce hijos. Murieron siete y siete estamos vivos. Mi padre tiene nueve hermanos. Era pescador y cocinaba en los barcos. Hacía muy buenas comidas. La comida de la boda la hizo él: una birria. Compramos para ello una vaca enterita. Hicimos también frijoles puercos, esos también los sé hacer. Sé hacer los frijoles charros, la carne en su jugo. ¡A ver qué día preparo una para que vengan!
Cuando mi padre se iba mi madre nos llevaba a casa de mi abuela, que tenía una cocina muy grande, con unas cazuelas enormes. Así que mi abuela, la madre de mi padre, le enseñó a cocinar a mi mamá. Esa era la casa de las fiestas. Eran muy fiesteros.
¡Uy, sí! Que si cumpleaños del gato, ¡fiesta! Que se ha muerto el canario ¡fiesta! Y así. – Cuenta Manolo.
Y mientras mi abuela y mi madre cocinaban yo me acercaba. Y preguntaba todo. Cuando mi madre se iba varios días a Guadalajara, con mi hermana pequeña que estaba enferma, nos dejaba repartidas las tareas. Y a mí me encargaba la comida. Hacía pollito en caldo, pipián, mole, que si huevos rancheros, que si empanadas. Hacía de todo. Yo siempre estaba en la cocina.
Aquí en el restaurante hago muchas cosas. No todas las que sé hacer, porque no encuentro la materia prima. Por ejemplo, en Nayarit, hay muchos platillos indígenas. Hay uno que se sirve con camarones, es con mole blanco de pura masa. El plato se llama nixticuil, es una receta Cora. Sé hacer pescado zarandeado, camarones al mojo de ajo, a la diabla, a la ranchera…
Pronto quiero hacer algunos de estos platos. Y también quiero hacer las tortillas a mano y servirlas recién hechas. Ahora en marzo voy a preparar capirotada.
Los viernes preparo tamales y pozole rojo para todo el fin de semana.
Manolo es cocinero de profesión. Así que le pregunto si él también le entra a la cocina mexicana.
Sí, sí le entro. La salsa picante la hago yo. El ceviche también. Ese lo hacíamos ahí en Puerto Vallarta en la barca. Pescábamos, escogíamos el pescado bueno para el ceviche y lo preparábamos. Cada 15 días hacíamos mínimo cinco kilos. Con muchísima salsa huichol.
Chela creía que yo no tomaba picante. Pero no era porque no me gustara. Yo toda la vida había comido cosas muy ácidas, con mucho vinagre. Y eso me fastidió el estómago y por eso no comía chile. Un día hicimos una apuesta: nos pusimos una lata de tres kilos de jalapeños. A ver quién comía más.
¿Y quién ganó?
¡Gané yo! ¡Gané yo! – Entre risas triunfales apunta Chela.
Pues, a saber. Siempre dice que ganó ella. Pero le dimos un buen bajón. Justo ahora estoy preparando una salsa bien picosa, de habanero. La llamo “La Dolorosa”.
¿Y de tu tierra qué echas de menos?
¡Ay el marisco! – Suspira Chela.
Y a ti, Manolo, ¿qué te gustaba de México? ¿Estando allá extrañabas tu tierra?
No extrañaba nada porque yo estaba acostumbrado a viajar siempre. Y me encantaba pescar. Yo lo pasaba muy bien en México.
¿Y a qué hora hay que llegar para entrarle al pozole?
Los viernes a partir de las dos de la tarde. El pozole y los tamales los tenemos durante todo el fin de semana. Entre semana todo lo demás. Tenemos tacos, quesadillas, nopales frescos, ceviche, sopa azteca, de frijol, sopes, tostadas, enchiladas verdes y rojas, entre muchas cosas más. Abrimos de martes a domingo. Los esperamos.
La Cocina de Graciela está en Passatge Xiprer, 5, Hospitalet de Llobregat.
Horarios: De martes a sábado de 13:00 a 16:00 hrs y de 20:00 a 23:00 hrs. Domingos de 13:00 a 18:00 hrs. Lunes cerrado.
*Manolo Robles falleció en Barcelona el 17 de noviembre de 2017. Te extrañaremos, Manolo. Estarás siempre en nuestros corazones.
Desde que comi en este lindo restaurante,, los dueños son encantadores y su comida mexicana bien sabrosa.
Los dueños son agradables y muy simpaticos.
Desde que comi esta rica y sabrosa comida mexicana ,, se me antoja venir mas como mexicano que soy jjejej
Se me antoja nuevamente unos ricos tacos orale jeje
Que historia tan maravillosa, me emocionó enormemente, me encanta la cocina mexicana , sus platillos rústicos sobre todo..gracias por compartir con los lectores tu artículo…