por Lola Zavala
Al amanecer del 27 de julio de 1890 el joven pintor de 37 años arrastró su caballete, sus pinceles y sus pinturas y se internó en el campo de trigo para trabajar, como llevaba haciendo todos los días.
Volvió a la pensión para comer y partió de nuevo para regresar inusualmente tarde, cuando ya todos en casa habíamos cenado. Lo vimos venir a lo lejos, dando tumbos. Parecía borracho. Se tocaba el vientre.
Finalmente arribó a casa y como una sombra subió a su habitación. Cojeaba. Se quejaba.
¡Y cómo no iba a quejarse, si tenía un boquete sangrante debajo del pecho!
Nada pudo hacerse. Vincent murió dos días más tarde, en aquella estrecha cama de madera junto a la silla desvencijada, junto a ese par de zapatos desmoronados que ya no se pondría jamás. Su hermano Theo y sus amigos vinieron desde París y llenaron la casa de flores amarillas, sobre todo girasoles y dalias, sus predilectas.
Vincent van Gogh murió sin saber lo admiradas y famosas que serían sus obras años más tarde y llevándose consigo el misterio sobre el origen de aquella bala asesina que puso punto final a su atormentada existencia.
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Loving Vincent, dirigida por el pintor polaco Dorota Kobiela y por Hugh Welchman y producida por los estudios Breakthru Films y Trademarkfilms, es la primera película en el mundo hecha completamente con pinturas al óleo animadas.
Este corto es una jugosa probadita de este magnífico proyecto para una obra, sin duda, extraordinaria.