Todos los días amanece: Pepe Mujica

EPA/Iván Franco
EPA/Iván Franco

por Lola Zavala

Barcelona, domingo 31 de mayo de 2015. El auditorio de Hostafrancs, en Barcelona, se quedó pequeño. Una nutrida multitud (más de dos mil personas) se acercó a escuchar las sabias reflexiones de José Mujica, invitado a un acto organizado por la Casa Amèrica de Catalunya, la Casa Uruguay y el Casinet d’Hostafrancs – Cotxeres de Sants. 

El expresidente de la República de Uruguay, acompañado por su esposa, Lucía Topolanski, intervino en el acto público «José Mujica. Una referencia política. Visiones de la ética, la política y la ciudadanía».

Unos cuantos consiguieron estar dentro, otros tantos se quedaron afuera. Nadie se fue, a pesar del tumulto y del calor. Protegidos, bajo el techo del auditorio, unos, y bajo la sombra de los árboles del patio, los otros, escucharon atentamente, durante una hora, las palabras llenas de esperanza y de luz que un Mujica lleno de elocuencia y lucidez regaló esta tarde de domingo a todos los presentes. 

Habló de América Latina, de política, de la irremediable globalización, de los problemas que ha de enfrentar la humanidad, del planeta que habitamos y que estamos destrozando. De la enorme responsabilidad que tenemos con los otros seres vivos con los que compartimos la Tierra. De lo mal distribuida que está la riqueza. De la lucha por la libertad, por la justicia. Del compromiso. De esperanza. De la felicidad al alcance de la mano.  

Compartimos el discurso íntegro. 

Ya tengo ochenta años. Probablemente no vengamos nunca más. Ojalá podamos venir, no sabemos, en la rueda del camino. Pero, por eso mismo, para aprovechar el tiempo los voy a aburrir leyendo un poco. No es mi costumbre. El tiempo no es mucho y la vida se nos va.

Es posible que algunas de las cosas desaten dudas, pero prefiero que los cerebros se den cuenta que aquí no hay obediencia debida, acá lo debido es pensar para ser.

En primer término, inequívocamente soy latinoamericano y considero que somos parte de una nación descoyuntada que no pudo conformarse y es, aún hoy, una tarea pendiente.

Por eso desde siempre, y lo sigo haciendo, aliento con rigor todo intento de acercamiento entre los latinoamericanos. He dedicado mi vida, como la de muchos otros queridos compañeros, a luchar para mejorar las condiciones de mis compatriotas. Y mis compatriotas son todos los latinoamericanos.

Hace tiempo en Naciones Unidas dije que cargaba mi mochila y me sentía en parte responsable de los millones todavía de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas y en los socavones de América Latina. Cargamos también con las culturas originarias aplastadas con los restos del colonialismo. Pero todavía levanta banderas en lugares como las Malvinas. Con las décadas de inútil y estúpido bloqueo a Cuba. Que como un regalo que nos da la vida, todo aquello se está resquebrajando, abriendo otras perspectivas y cerrando más de 50 años de enfrentamiento.

Me toca cargar con una gigantesca deuda social, como cargan todos los luchadores a conciencia, con la necesidad de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos, los más grandes ríos. Cargo con el deber de luchar por la patria para todos y por la paz de Colombia. Con su selva sacudida con su dolor embrutecido, entre balas, botas militares y cocaína. Cargo con el deber de la solidaridad con el pueblo venezolano que está atravesando un momento enorme de dificultades sociales, económico, intentos que tratan de desestabilizarlo y, sobre todo, de no dejarlo quieto. De, como en tantas otras partes, meterse inútilmente tratando de terciar desde afuera con problemas que tienen que resolver los venezolanos.

Nuestra América Latina, cruje. Ha habido procesos de cambio, que han ocurrido en las últimas décadas, que trajeron un viento nuevo a nuestras viejas penurias. Permitieron profundizar las democracias, aumentar los derechos y las libertades, mejorar las vidas de millones de compatriotas latinoamericanos, avanzar bastante en los procesos de integración. Pero no fue fácil, hemos pasado por momentos duros con convulsiones sociales y políticas que ponen en tela de juicio nuestro futuro y los márgenes de conciencia que por momentos hemos alcanzado. Se mueven, nos movemos todos los latinoamericanos, en un contexto internacional muy complejo. Y peleamos. Y peleamos por mantener, si es posible, desarrollar aún más esos avances económicos y sociales que hemos alcanzado los últimos años.

No debería enlentecerse el proceso de integración, debería de profundizarse. Pero, obviamente, estamos trancados. Y acá se juega nuestro futuro. Este es uno de los motivos por los cuales vine a hablar con el Papa Francisco, yo Pepe Mujica no creyente ateo, pero cómo no voy a hablar con el socio del pueblo católico del continente más católico que hay arriba de la Tierra. Sería darle la espalda a mi pueblo y a las creencias masivas del pueblo latinoamericano.

Tenemos que cambiar drásticamente el ritmo de nuestros avances integradores. Las demás regiones del mundo caminan y caminan. La Unión Europea, con sus problemas, intenta negociar acuerdos con Estados Unidos o, mejor dicho, Estados Unidos intenta negociar acuerdos con la Unión Europea. Algunos países asiáticos entran en danzas y alianzas, también en el Pacífico, con la batuta de Estados Unidos y otros. Cosa curiosa: no aceptan en esa fiesta a China. ¿Todo esto será para frenar a China? Me hago la pregunta. Gran problema contemporáneo.

Creo que tenemos que hacer menos conferencias y cumbres presidenciales y más acuerdos concretos. Necesitamos que cada gobierno tenga áreas dedicadas a la integración como tarea central, con interlocutores claros por cada país y donde se ponen todos los problemas arriba de la mesa. Solo así podremos construir  lentamente el edificio de la integración. O no lo construiremos ni seremos nada en el mundo del futuro. Lo está diciendo un viejo de ochenta años y que está soñando en un mundo que él no va a ver.

Pero la alta política tiene que ser la preocupación de lo que será el mundo dentro de veinte o treinta años. Y no hay que seguir solo a las masas, hay que educarlas para que nos orienten con su fuerza y entiendan los caminos por los que tenemos que transitar. Lo otro es seguidismo. Pero nuestras preocupaciones no están sólo en América Latina, porque hemos entrado en otra época, trascienden a nuestra región. Y tienen que ver con los problemas globales que tiene la humanidad hoy.

Voy a reiterar algunas cosas con las que he machacado pero no hay más remedio que machacar y machacar. Estamos en el 2015, es el año en que todos los países del mundo indicaron como límite (porque hay que acordarse de las promesas y compromisos que se hicieron y que no se van a cumplir) para erradicar la pobreza extrema y el hambre, para asegurar la educación y la salud básica para todos, para garantizar la sostenibilidad del medio ambiente, para fomentar una alianza global para el desarrollo. Estoy recordando los objetivos de desarrollo del milenio que parece que el mundo se olvidó a lo que se comprometió hace unos años. En Río +20 se aprobó un documento titulado “El futuro que queremos”, en él todos acordamos un ambicioso marco de desarrollo sostenible para satisfacer las necesidades de las personas y del planeta, proporcionando la transformación económica y la oportunidad para ayudar a las personas a salir de la pobreza, la promoción de la justicia social y la protección del medio ambiente. Estoy leyendo textual lo que dijo el documento.

Yo no sé el costo que tuvo esa reunión ¿eh? Pero les puedo garantizar que cualquiera de ustedes vive toda la vida con el costo de hotel nada más. A mí me consta que se está trabajando para lanzar este año una segunda agenda global de desarrollo sostenible para las próximas décadas. Es decir, estos temas que estamos planteando, están en la cabeza de muchas jerarquías de este mundo, no estamos inventando algo. Esto hace rato que se está discutiendo a cierto nivel de altura. Pero yo no he visto ni un paro general en ningún lado de 10 minutos para impulsar estas cosas. Esto no ha bajado a la esencia de los pueblos.

Esto es un buen gesto y por eso lo hablo acá. Porque si no entramos a hacernos cargo de estas cosas, en las organizaciones populares, en los pueblos, porque acá lo que se juega es la suerte de los pueblos en las décadas venideras. Esto es lo que cuenta.

No voy a minimizar los esfuerzos, muchos esfuerzos que se han hecho a todos los niveles, tratando de cumplir con esas metas. Ni voy a negar importantes logros. No. En nuestra propia región, en ese el continente más injusto del mundo, América Latina, millones de personas han superado la pobreza en estos años. Recuerden que el programa significaba que cuarenta millones de personas pudieran tener aseguradas tres comidas por día. Y claro, para los que tenemos un verbo revolucionario, transformadores del mundo, tres comidas por día no nos podía parecer una consigna muy revolucionaria pero para el que pipiaba salteado, comer tres comidas al día era una revolución. Y la cumplió. Y hay un parecido pasado en educación y en salud y en derechos, sí. Ha habido avances notorios en toda la nación latinoamericana.

Tampoco me voy a olvidar de datos impresionantes. Con respecto a la esperanza de vida, en el año 60 era de 47 años la expectativa de vida, en el 2010 andaba por los 68 años. Quiere decir que apenas en un puñado de décadas la humanidad vive en promedio cerca de 30 años más y eso no es poca cosa. Este es uno de los triunfos más fantásticos de la civilización. Porque nunca debemos engañarnos a nosotros mismos y reconocer los avances, los estancamientos y los dolores. Pero, sin entrar a menoscabar la importancia de estos hechos que resalto en primer término, si miramos todo el planeta en su conjunto, si miramos a nuestra especie: ¿qué hemos logrado? ¿En qué punto estamos? ¿Podemos decir que estamos mejor?

Yo pienso que no, definitivamente no. Los mismos acuciantes problemas que se relucen desde la década de los 70 del siglo pasado siguen presentes. Y se han seguido agravando en muchísimos países alcanzando, en muchos casos, niveles que alarman. Se han sumado nuevos factores que antes no teníamos. No hemos hecho nada para frenar la alocada carrera del modelo de producción y de consumo. Cada día es mayor la producción y la generación de riqueza. Incuestionable. Pero la injusticia aumenta. Cada día es mayor el gasto desenfrenado de los recursos finitos de este planeta y los daños al ambiente. Se están cumpliendo las peores previsiones científicas que se habían hecho hace 25 años con respecto a la agresión a la atmósfera. No tendría que decir muchas cosas para demostrar esto. Durante la última década las emisiones de anhídrido carbónico han superado los más pesimistas cálculos que se podían hacer hace 25 años. La desertificación está avanzando a un nivel de entre 50 mil y 70 mil km2 por año, más de la cuarta parte de la tierra es desierto, el nivel del mar ha aumentado como nunca en los últimos 3 mil años, constituyendo una amenaza para algunos países. El mundo ha perdido más de 100 millones de hectáreas de bosques, entre el 2000 y el 2005 nada más, y también ha perdido el 20% de las praderas marinas de los manglares entre 1970 y 1980. En algunas regiones ha perdido hasta el 95% de los humedales o de los pantanos y sabemos que cumplen una brutal función en la cadena de la naturaleza.

Lo curioso es que desde 1960 a la fecha se ha triplicado la producción de grano, pero al mismo tiempo se duplicó la población del planeta. Quiere decir que tenemos el doble de comida, sin embargo, tiramos más del 30% de la comida que producimos. Ni siquiera se la damos a los perros. Y los perros de Europa comen mucho mejor que los habitantes de muchas partes de África.

Naciones Unidas calcula que 4 mil millones de toneladas de alimento que se genera en el mundo son desechadas. Hay mil millones de personas que pasan hambre en este mundo. De esas personas con hambre, el 80% está viviendo en zonas rurales y, sin embargo, en el 2008 hubo un récord de producción mundial en la historia de los granos de la humanidad.

En cuanto a la concentración de la riqueza, 85 personas tienen tanta riqueza como el 40% de la humanidad, sumada. 85 tipos tienen tantos recursos económicos como el 40% de la humanidad. Esto es indignante, sencillamente.

No voy a seguir tirando datos. Voy a tirar el último porque es lo que más duele. Creo que la taza de la mortalidad infantil de Europa, de Estados Unidos, del área desarrollada del mundo, anda por 6 en mil. La de África, anda por 74 por cada mil. Con este dato sabemos quiénes están pagando el peor costo de esta situación del mundo. Lo cierto es que se han provocado algunos daños que pueden parecer irreparables, pero lo cierto es que nunca hemos tenido tanta información, tantos recursos científicos ni nunca hemos tenido tanto capital. Nunca la humanidad ha sido tan fuerte, nunca el hombre ha tenido los recursos que tiene hoy.

¿Dónde está el problema? En la falta de respuesta de carácter político. La humanidad le ha entrado. No podemos discutir si la globalización sí o no. Yo no puedo discutir si mis arrugas y mis canas sí o no. Están, viejo. Así te cargo. ¡Eso no se discute! ¡Eso rompe los ojos!

Lo que tenemos que hacer es qué hacemos con este facto. Lo que tiene la globalización es el interés de mercado, el egoísmo y, justamente, como todo en la acumulación bancaria del punto de vista esencial. Aquí no cuenta el interés del hombre, el destino de la humanidad, aquí lo que cuenta es la ganancia que se acumula. Y entonces esto no tiene dirección política. Es la primera vez que existe una realidad en la historia de los últimos, probablemente mil, años donde en Occidente no existe dirección política. Porque el imperio romano ha sido una globalización. Yo sé que fue hecha con bota militar y con metodología militar y con aplastamiento. Pero hubo buenos momentos civilizatorios que más valía estar adentro del imperio que afuera, porque había un estado de derecho, un orden, una comisión. Y sin embargo, nosotros nos encontramos en un mundo que no tiene dirección o, mejor dicho, la dirección que tiene no es política, es el interés económico el que la está rigiendo. Más claro: no tenemos conducción, nos están llevando del hocico. No podemos escapar a esta realidad porque el mercado es el que manda y ha generado una cultura: la cultura consumista.

Yo no estoy haciendo una apología a favor de la pobreza o del desinterés. Tenemos que producir un montón de bagatelas para tener a la gente ocupada mientras no producimos cosas infinitamente imprescindibles y necesarias para promover la vida de los pobres e incorporarlos como futuro mercado. Tenemos que seguir inventando pavadas y entonces estamos condenados a tener un teléfono nuevo cada dos o tres meses y pagarlo en cuotas, como si fuera un adelanto gigantesco. Y mientras allá en África una mujer tiene que caminar cinco kilómetros con dos baldes de agua y no participa con nada en el mercado mundial. Es decir, quiero dejar claro, la solidaridad del mundo rico y del coraje de meterle la mano en el bolsillo a quienes acumulan la riqueza en este mundo, no para expropiarlos y dejarlos en la ruina y en la calle, sino para obligarlos a que ayuden a levantar y a pelear contra la pobreza del mundo. No es una cuestión de solidaridad y de decencia humana, que lo es, es en el fondo estabilizar la demanda del mundo en cuestiones útiles, estabilizar el campo del trabajo y en lugar de construir pavadas, construir casas, vivienda, escuelas, atender la salud. El poderío del mundo incorporarlo a esta civilización y no tenerlo que hacer a la aventura como los que están teniendo que hacerlo jugándose la vida para cruzar el Mediterráneo.

Pero no crean que este es un problema de Europa. Este también es un problema de América, hay que ir a México, hay que ver lo que pasa con los ferrocarriles cargados de niños que intentan colarse adentro de Estados Unidos porque hemos creado una vidriera en nuestra civilización que atrae y después no damos respuesta. Hemos levantado la promesa de que hay para todos, pero a su vez, y esto es por las contradicciones de egoísmo, uno puede pensar: no tenemos plata. Tres mil millones de dólares por día se gastan en presupuesto militar en el mundo. ¡Tres mil millones por día! ¡Dos millones de dólares por minuto! Y decir que no hay recursos es no darnos cuenta de que lo que no hay es decisión política.

Yo quiero dejar esta tarde como idea central el problema de la dirección política del mundo, el sistema de acuerdos mundiales creciente donde entramos a discutir cuántas horas de trabajo se tiene por jornada en esta tierra. Hablamos de la competencia, de la libertad de competencia y en un lugar te aplican los derechos de la audite y en otro lado te tienen trabajando doce horas con una pata encima y después queremos salir al área internacional. ¿A eso le llamamos competencia? No. Tenemos que discutir las políticas fiscales del mundo. El que tiene más tiene que pagar mucho más. Y el que tiene una fabulosa riqueza, hay señores en este mundo que sólo de intereses tienen 4 o 5 millones de dólares por día, entonces tenemos que discutirlo. Hasta dónde puede llegar la concentración de riqueza. Yo no estoy hablando de confiscar, ni de estatizar, pero necesitamos políticas fiscales para enfrentar estos problemas de injusticia global que hay en el mundo pero que a su vez abren estabilidad de trabajo real para los trabajadores del mundo desarrollado, pero no para fabricar pavadas sino para hacerle frente a necesidades urgentes que la humanidad tiene por todas partes.

Y creo que el hombre tiene recursos para cambiar el clima incluso. Hay una vieja obra calculada en Alaska para aprovechar el deshielo y construir un río que muera en el desierto mexicano llevando un raudal de agua dulce. ¿Saben cuánto cuesta? Un presupuesto militar de Estados Unidos de un año. El hombre puede infinitamente cambiar el clima del Sahara. El hombre puede ponerle un mar a la Mongolia. El hombre puede hacer obras de carácter colosal, pero si mira por todo el planeta y por la suerte del planeta, el hombre puede purificar el Pacífico y eliminar ese gigantesco continente de bolsas de nailon y de botellas que se está haciendo y que tiene las dimensiones de Europa. Puede, pero si lo ataca como humanidad buscando los recursos. El hombre puede hacer obras de forestación increíbles desde la montaña estableciendo una bomba de succión para el anhídrido carbónico. Sí. Pero hay que hacerse cargo del planeta entero. Esto no se puede razonar con un criterio sólo de país. Por grande que sea un país no puede dar respuesta a lo que hemos desatado. Pero mucho menos con esta inconsistencia.

Les voy a contar una anécdota para que entiendan. En mi pequeño país, de millón y medio de habitantes, íbamos a hacer una planta que nos salía baratísima para generar energía eléctrica con base a carbón, pero como el carbón genera mucho residuo, ataca la atmósfera, decidimos que no. Vamos a emplear otro camino aunque nos cueste más. Pero resulta que en China están inaugurando todos los meses una. Estamos en la misma atmósfera, entonces no te pongas de poeta. ¡Esto necesita acuerdo mundial! ¡No hay caso! ¡No hay caso!

Estamos navegando en un barquito que se llama Tierra. Tiene en sus entrañas el milagro de la vida y da vuelta por el Universo. Tenemos que hacernos responsables de la vida y de la suerte de ese barquito. Es como si estuviéramos navegando en un gigantesco océano del cual tenemos que temer y después nos tenemos que defender. Dentro del barquito tenemos que tener unidad en la tripulación para manejarlo con el mayor oficio. Esto es el destino de la humanidad. ¿Lo podrá hacer? Yo no sé. Esto no es sencillo, porque los gobiernos están ocupados en quién gana en las elecciones que vienen. Los problemas de la humanidad no conmueven a nadie, en todo caso, son la preocupación de algunos hombres de ciencia que nos dicen tal o cual cosa, pero no sacuden el mundo. Y mientras la feria continúa y vomita autos y vomita y dale que es tarde.

¿De dónde sacamos aire para respirar? ¿De dónde sacamos oxígeno? Tenemos que darnos cuenta de que estamos todos en lo mismo. Entonces este es un problema, el problema de poder globalizar medidas defensivas a favor de la distribución, a favor de la cultura, que me parece que son los temas pendientes que tienen en el futuro.

Como se me va el tiempo, voy a resumir.

Es medio dramático lo que he planteado y en la forma en que lo he planteado. Pero la economía globalizada no tiene otra condición que el interés privado de muy pocos y cada Estado tiene su propio interés. Nuestro sistema productivo está preso en la caca de los bancos, que son la verdadera cúspide del poder mundial. No busquen la cúspide del poder. En el salón oval donde está Obama, o cuestiones por el estilo, allí hay una apariencia del verdadero poder. Los gobiernos, las mayores potencias, miran con mirada de corto plazo y lo que más preocupa son los resultados de las próximas elecciones. Cuando un puñado de mujeres africanas pasa las que pasa, no es un problema de África, es un problema de la humanidad.

¿Hasta cuándo vamos a aceptar que la economía mundial se rija con un metro de goma? Porque en todas es un metro de goma. Se estira o se achica según decisión de un puñado de bancos. ¿Qué le pasaría a cada uno de ustedes si va a una tienda a comprar un paño y se lo están midiendo con un metro que se lo mueven? Tienen un lío. Esto es el mercado mundial.

No podemos incidir y salir del todo con un metro que nosotros no manejamos. Hemos entrado aceleradamente por la revolución tecnológica. Piensen 15 años para atrás en los cambios que ha habido. La velocidad de los cambios que no nos podemos ni acomodar, ni siquiera podemos entender. Estamos en una época que es distinta, pero los líderes políticos, los atavíos culturales, los partidos y los jóvenes, todos estamos viejos. Estamos inermes ante esta acumulación de cambios que está por delante de nosotros. No podemos manejar la globalización. La globalización nos está manejando a nosotros. Y este no es un problema sencillo porque no lo arregla el volvernos a aquél otro. Porque estamos en otra época y necesitamos hombres que empiecen a pensar por la humanidad entera y a tomar las medidas con la humanidad entera. Porque hay cosas que no las puede arreglar ningún país.

Queridos europeos, aunque ustedes pertenecen a un continente viejo, rico, astuto, que hizo mucho imperialismo y todo, pero ahora somos víctimas de lo que hemos desatado.

A todo esto, creo que nunca ha habido una época tan portentosamente revolucionaria para la humanidad como ésta. Nunca la humanidad tuvo los recursos que tiene hoy. Y esto es bueno que se lo ponga en la cabeza como interrogante la gente joven. No hay lugar para el pesimismo, no hay lugar para la aventura. Hay lugar para el compromiso. A los seres humanos no hay que dividirlos en hombres y en mujeres, en jóvenes y viejos, en raza, en amarillos, en negros. A los seres humanos hay que dividirlos en dos tipos: los que se comprometen y los que no se comprometen.

Entonces, la humanidad tiene los medios para revertir esto y no solo que tiene los medios, tiene el deber. Porque la naturaleza hizo a este mono, la cúspide, le dio racionalidad, le dio conciencia, tal vez, para que sea capaz de amparar las otras formas de vida que nos acompañen en el barco. Es enorme la responsabilidad que tiene la especie humana con respecto a la vida, pero eso depende de la actitud que asuman las fuerzas políticas del futuro. Hay que levantar la bandera de la política con mayúsculas, la política no es un negocio, la política es una pasión creadora de sentido superior.

Y precisamos de la política. El hombre no es un felino. No puede vivir en soledad. El hombre depende de la sociedad. La palabra sociedad es infinita. La palabra sociedad representa la herencia de la rueda, de los adelantos textiles, la herencia del fuego, la herencia del trabajo de los metales, la herencia de la biología molecular, la herencia de haber descubierto el código genético, la herencia de poder manipular la escala de la vida, la herencia de podernos anticipar a la enfermedad del individuo cuando está en el vientre y pronosticarle cómo mejorarlo. ¡Es enorme lo que nos ha dado la sociedad y nos da! Nuestro deber consciente es aportarle algo a la sociedad para que la rueda de la vida continúe multiplicando sus peripecias. Se puede vivir porque se nació y es una forma vegetativa de vivir, como cualquier animal, como cualquier bicho. Pero se puede vivir porque a la vida se le da un sentido, se le da hasta cierto punto una orientación. No vivimos sólo porque nacemos. Podemos darle una orientación, hasta cierto punto en términos relativos, al esfuerzo de nuestra vida y tenemos que convocar a los jóvenes, a los que están haciendo, a que no hay derecho a tener desesperanza, no hay derecho a ser pelotudo en este mundo. A levantarse a las once de la mañana porque no tengo nada que hacer. A desesperanzarse porque no conseguí esto o no conseguí el otro. Nunca le regalaron nada a la juventud, la juventud se abre paso a codazos en la lucha por la vida. Necesitamos una juventud fuerte, luchadora, comprometida a marcar el paso de la humanidad pero una humanidad mejor que la nuestra porque tiene que aprender de nuestro dolor, de nuestra injusticia.

Entonces, compañeros, llamado al compromiso. No voy a venir a Cataluña a llorar mis penas, las cosas que nos faltan por hacer, los impuestos que no pudimos cobrar porque no nos quisieron pagar y esto y el otro, ¡qué le importa a Cataluña y al mundo las peripecias de un paisito allá en el sur! No. Les vengo a pedir una actitud moral y ética con la política. Comprometerse.

¿Y por qué? Porque están en Europa. Porque es gigantesca la responsabilidad que tienen. Al fin y al cabo Europa destapó, a partir de la historia de Flandes, el Canal de la Mancha, esta era industrial que ha conmovido todas las civilizaciones de la historia de la humanidad quedando tan portentosos recursos y una explosión técnica y científica como no conoció ninguna etapa del hombre. Porque así como hay que poner las verdes, hay que poner las maduras. Este fenómeno no es sencillo. No se trata de volver al hombre de las cavernas o de transformarnos en unos cartujos que se refugian en una sierra a plantar cuatro plantas de lechuga y dos choclos y vivir aislados del mundo. No. ¡Esto no sale para atrás! ¡Sale para adelante!

Y esto significa compromiso político. Herramientas políticas. Hay que debatir ideas, hay que plantearse esta realidad que hay empezar a exigir. Que el mundo no se haga el sordo y los gobernantes de los países centrales tienen que gobernar para sus países pero tienen que dedicar una buena parte de su gobierno a discutir las decisiones que tiene que tomar el mundo. Alguien tiene que tomar decisiones. No puede ser que un conjunto de sabios en Kioto nos diga hace como 25 años va a pasar esto, esto y esto y ni bola le hemos dado. Y lo peor es que no podemos enjuiciar a nadie. Tendríamos que llevar en cana, por irresponsables, a todos los gobiernos. Y no podemos.

Ese es el pedido que le quiero hacer a la gente joven porque tiene un enorme desafío, pero se lo digo en mi nombre y en el de otros luchadores viejos, de mi vieja y de otros. Mirarse al espejo y sentir la sensación de que uno no traicionó los sueños. Ha seguido luchando y luchando, y está comprometido con la verdad y tener alegría de vivir. A tal punto que si me tocara vivir de vuelta le diría pulpero sírveme otra vuelta porque esta vida es hermosa. Yo no concuerdo con eso de que esto es un valle de lágrimas para ir al paraíso. No te pelo con eso. El paraíso y el infierno están acá. Depende de nosotros.

La felicidad está acá. Porque todo este fenómeno está basado en la desesperación por acumular. Y la generación de esa cultura que si tú no acumulas rápidamente, si no consigues riquezas y tienes dos caminos para conseguirlo: alienarte en el trabajo, que tu vida se transforme en una esclavitud, te multipliques la cantidad de horas de compromiso, que prácticamente abandones a tus hijos, tu familia y tus amigos, por laburar y laburar y laburar. Ese es un camino. El otro camino es hacerte delincuente. Te haces delincuente, vas de señor, entras en el bollo rápido, es la forma fraudulenta en la especulación. Distintas formas de triunfar. Todas con un espejismo: sos más feliz si tenés más plata, para comprar cosas. No. No sos más feliz. No. La felicidad humana está hilada en cosas muy pequeñas que siempre son las mismas. En la edad juvenil es el amor, la aventura amorosa, el puñado de amigos, si tenés hijos, tener tiempo para atenderlos. No caer en la bobada de decir no quiero que a mis hijos les falte nada y le faltás vos. No tenés ni tiempo para ir a un partido de futbol con ellos.

Pelear por un país de gente feliz y pelear por gente que tenga libertad. Que tenga un margen de tiempo libre para hacer con su vida lo que le gusta, sin joder a nadie. Eso es ser feliz. Mirá que es sencillo. Si tenés muchas cosas, ya te viene la envidia. La necesidad de refregarle a otro que sos más poderoso. Y comprarse un vino de cinco mil dólares la botella para que el otro te envidie. Y decir: este vino me costó cinco mil dólares. O te comprás un auto que te cueste un ojo de la cara, pero no importa, caes en toda una aparatosidad de poder porque te dejás llevar por una cultura que significa que te reafirmás más como persona si le demostrás al otro que sos superior. No. No vamos a tener jamás un mundo mejor si nosotros no somos capaces de ir peleando por ser mejores cada uno de nosotros.

Y esta es una lucha que la tenemos adentro y podemos, y vaya que podemos, y debemos pelear con este que tenemos adentro. Pero tenemos que entender esto: nada cae del cielo como regalo de los dioses de un día para otro. Así como un edificio se va construyendo a bloquecito y a ladrillo y cuesta mucho esfuerzo, disciplina y tecnología, la mejora de una sociedad no es sólo un día, no es sólo un empujón, es una larga marcha. Es el colectivo que hay que construir, y para construir el colectivo hay que recordar que nadie es más que nadie y que estamos llenos de defectos. Y tenemos que aprender a tolerarnos los defectos porque si no, no hacemos una columna grande. Y si no hacés una columna grande, no pesás. Hay que poner, en definitiva, masas al servicio de las causas. Y las masas no son angelitos, no son carmelitas descalzas, son lo que son nuestros queridos pueblos y hay que entenderlos e incluirlos, así como son. Y esto no es sencillo.

Por todo esto y más, de corazón, que queden estas reflexiones en el tintero a cuenta de lo que ustedes vayan sacando justo de la experiencia. La vida me enseñó que, justo lo que dijo Lucía, los únicos derrotados son aquellos que bajan los brazos, que no luchan. En todos los órdenes de la vida, no solo estoy hablando en el campo de la política y la economía, en el campo del amor, en el campo de las relaciones humanas, siempre estás expuesto a sufrir porrazos y derrotas, pero siempre, si tienes el coraje de volver a empezar, te darás cuenta de que todos los días amanece. Y que todos los días se puede arrancar de nuevo.

Yo por eso, porque ese es el mandato más profundo de la naturaleza humana, y la elección más honda de la naturaleza humana que hizo que llegáramos a donde hemos llegado de aquel mono raro que arrancó de Etiopía, hace miles de años, y fue conquistando todo el planeta y andando por aquí y por allá. Tenemos que estar agradecidos en los tiempos de la globalización de lo que ha sido la enorme fortaleza del hombre primitivo que nos ha permitido llegar hasta hoy.

Gracias.