06/10/2024

Uana Cornea, el son llama

Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez

texto: Lola Zavala
fotos: Rodrigo Vázquez

En una ciudad pequeñita de Rumanía una niña pasaba largas horas frente al televisor. Veía telenovelas. Cada tarde, religiosamente y sin falta, ella acudía puntual a la cita.

Lo que su familia no sabía era que la niña estaba aprendiendo un idioma extranjero, procedente de tierras muy lejanas y de las que cayó enamorada, perdida e irremediablemente, como las heroínas de aquellos culebrones.

Su enamoramiento continúa desde entonces. La niña se hizo mujer y este año celebró XV años de hablar en esa lengua antes extraña, de amar con locura a ese país lejano y de pensar, soñar e incluso doctorarse en el idioma de ese amor.

Ella es Uana Cornea, la encantadora protagonista de esta historia, y México es el país de sus amores. 

La entrevistamos en Barcelona, unos días antes de su partida a Veracruz, tras doctorarse en la Universitat Pompeu Fabra. 

¿Cómo fue que te acercaste a la lengua y a la cultura mexicanas?

Creo que tenía como once o doce años, estaba empezando la secundaria, cuando empecé a mirar telenovelas. Yo recuerdo mucho mi experiencia con Corazón salvaje, que fue la telenovela que más me marcó, y fue por la que me enamoré de Veracruz. Ahí aparecía San Juan de Ulúa.

Hay que mencionar que aprendí español porque están subtituladas, no dobladas. Eso me permitió escuchar las diferencias, las variantes del español y leer lo que significaban las palabras. Yo hacía mis tareas y escuchaba, entre cinco y seis horas diarias, las telenovelas. Por todas ellas pensaba: un día en mi vida quiero llegar a tal lugar.

Digamos que las telenovelas fueron para mí un impulso para que yo aprendiera el español, en primer lugar, y luego para que me acercase a México y a su cultura. Mucho más allá de las historias de la pobre que se enamora del rico. Siempre buscaba información histórica sobre los lugares. Yo sabía, por ejemplo, que el DF era muy grande y peligroso. Por eso yo quería ir a Veracruz. Aunque claro, hoy en día, la situación está un poco al revés.

¿Ya piensas en español?

Uy, sí. Desde hace muchos años. Desde los quince. Lo más curioso es que iba a concursos de rumano, de escritura de ensayo, ¡y los escribía en español! Porque así me inspiraba más. Luego ya en el examen los traducía al rumano.

Cuéntanos aquélla anécdota de cuando tu papá descubrió que hablabas español. 

Eso fue cuando tenía como trece años. Mi papá estaba viendo un partido Barça-Madrid por Televisión Española y de pronto, yo de espaldas a la tele, empecé a explicarle lo que decían los locutores. Mi padre, sorprendido, exclamó:

– ¡La niña nos está hablando otra lengua!

Ahí empezó mi insistencia en estudiar español. La ciudad donde yo vivía era una ciudad pequeñísima, se llama Ineu, no era una de las grandes ciudades y por eso fue mucho más difícil encontrar quien me enseñara. Surgió una revista que se llamaba Corazón salvaje (aún tengo un montón de números). Era una revista de telenovelas, se editaba en Bucarest y el título estaba en español. Todo eran chismes de los actores. Yo la coleccionaba porque al final tenía una sección que ponía “aprender español”. Había un texto que era vocabulario de palabras desconocidas y yo leía esos textos y aprendía.

Mi mejor amiga también aprendió. Hablábamos entre las dos en español. No escribíamos bien, pero igualmente nos escribíamos notitas. Hablábamos en español para que nuestras madres no nos entendieran. Nos llamábamos y nos contábamos nuestras preocupaciones de los quince años en nuestro pobre vocabulario. Lo que sí es que por teléfono no decíamos nunca mamá porque en rumano se dice casi igual: mama. Así que utilizábamos “viejita”. Porque sabíamos que en México “mi viejita” se usa para referirse a la mamá.

Yo soñaba mucho con México desde entonces. Veía que la gente era muy linda, muy cálida, muy generosa. Y no digo que los rumanos no sean así, también son muy hospitalarios, pero me llamaba mucho la atención. Quería saber si de verdad eran así como me lo enseñaban las telenovelas.

Así empecé a tener curiosidad por ese país que estaba muy lejos, que se parecía a Rumanía porque, al fin y al cabo, desde el punto de vista de la cultura tienen cierto parecido. Y decidí que quería conocer a esa gente a la que sentía tan cercana.

Mi papá me compró un libro para seguir aprendiendo español. Y en una semana me aprendí todos los verbos.

Sigo viendo telenovelas pero sólo cuando voy a Rumanía. Ahora les entiendo todo, claro. Antes, por ejemplo, escuchaba “agua de jamaica” y yo lo traducía al rumano sólo como “agua”. No distinguía entre comal y sartén. Esas diferencias no las entendía entonces.

Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez

¿Cómo llegaste finalmente a México?

Iba a las agencias de viajes y miraba los boletos. Pero sabía que desde Rumanía iba a ser muy difícil.

En 2005 vine a Barcelona. Estaba yo obsesionada con el idioma. Tanto que mis papás me ofrecieron pagarme un viaje para acá. Pero yo no quería venir sólo de vacaciones. Yo dije: yo voy a ir ahí a vivir. Y tuve la oportunidad de la beca Erasmus para estudiar aquí.

La primera noche que llegué a Plaza Cataluña me dije: yo de aquí no me voy. Me enamoré de Barcelona. Aquí tuve mi primera amiga mexicana. Se llama Dulce Armonía, de Hermosillo, Sonora. Encontrármela fue como encontrar un pedacito de México.

Me acuerdo que lloramos mucho cuando nos separamos . Me regresé a Rumanía pero prometí volver y todos mis trabajos de licenciatura fueron relacionados con México y el español de América. Hice trabajos sobre la Revolución mexicana, sobre Zapata. Se me quedó grabada su frase: La tierra es de quien la trabaja, porque yo venía del campo. Con mi abuela iba a arar la tierra y a trabajarla.

Acabé la carrera y encontré una maestría en literatura mexicana en la Universidad Veracruzana. Llamé desde Rumanía a la embajada, contacté con la universidad. Pero cómo iba yo a ir sola, no conocía a nadie y además en Xalapa. Al final, mis padres pensaron que era una locura. Y me sugirieron mejor venir a España. Así que vine aquí. Me motivó mucho la terminología. Decidí hacer la maestría y luego irme a México. Aquí conocería seguro mexicanos y así pasó.

Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez

¿Qué te aportó Barcelona?

En Barcelona salí de la burbuja. Vi que hay activismo, hay hambre, mucha desigualdad social, migración. Hay tantas cosas que en mi mundo de allá no había conocido. Me acerqué a los centros de barrio, conocí el movimiento okupa. Así me enteré de muchas cosas. Me llené de información. Conocí gente que trabajaba con temas mexicanos, como el zapatismo y, claro, me acordé de aquéllo que me había marcado: la tierra es de quien la trabaja.

Yo no renuncié nunca, digamos sabiendo todas las otras cosas, a mi impresión de las telenovelas. Aunque mi maestra de español en Rumanía me decía que no representaban la realidad o que cómo podía ver esas mierdas de telenovelas. Pero yo le contestaba: si no fuera por las telenovelas tú y yo no estaríamos hablando en español.

Luego, cuando llegué a México, ¡yo quería conocer Televisa y no me dejaron! (Dice entre risas). Me dijeron:

– ¡No! ¡Ahí la gente a lo que va es a protestar! ¡No a hacerse fotos!

Fui finalmente a México en 2011, por primera vez. Me pasé dos semanas en Xalapa, en Veracruz. Fui al Puerto, a San Juan de Ulúa. ¡Fui también a los cafetales! ¡Cómo olvidarlos!

En ese viaje, nos cuenta, estuvo solo un día en el DF. Se subió al autobús turístico, en algún momento bajó, sin saber dónde estaba, y encontró un café zapatista. Entró. Ahí un comensal la reconoció. Era un chico que había conocido en Barcelona. La que atendía el café era también de la ciudad Condal, y aún hay más: Uana tenía su contacto por si algo le pasaba. 

Ahí empecé a perderle el miedo al DF. Vi que no era tan malo como me lo pintaban. O como lo pintaba María la del barrio.

Yo quería quedarme en Xalapa, pero me recomendaron regresar a Barcelona. Justo empezaban a ponerse las cosas feas.

Aquí entonces seguí frecuentando los círculos mexicanos.

¿Y cómo sientes tus raíces cuando estás fuera de Rumanía?

Siento más mis raíces mexicanas. Una vez me pasé ocho horas en mi cocina, de aquí de Barcelona, haciendo mole. Puse en la mesa todos los ingredientes y los mezclé. Para mí el mejor momento fue cuando le eché el chocolate y el cacao.

Mi pasión por el mole me hizo hacerlo. Hasta se me hicieron ampollas.  Y lo mejor, los mexicanos que lo probaron dijeron:

– Sí, sabe a mole. ¡Y sabe bueno!

Hago frijoles refritos, hago tortillas, hago de todo.

A mí ya me dicen que soy mexicana porque hablo con amor de la comida: ¡Ay, unos taquitos! ¡Ay, un molito! ¡Ay, una tortillita! Mmmm, el pescado a la veracruzana. Todos los mexicanos hablan de comida todo el tiempo.

Lo que mas me atrae de México es la espiritualidad mexicana. ¡Hasta me hice guadalupana! Cada vez que voy al DF voy al Tepeyac.

La espiritualidad es lo que une a los mexicanos y también la comida.

¿Y qué hay de Rumanía en ti?

¡Mi nombre! La nacionalidad, la familia. Mi relación con el campo rumano. El pueblo de la abuela.

Los rumanos son muy agitados. Me gusta más la tranquilidad de los mexicanos, con su ahorita. Sobre todo en Veracruz.

No es que no quiera a mi pueblo, pero yo me identifico más con México.

Foto: Rodrigo Vázquez
Foto: Rodrigo Vázquez

¿Cómo fue tu acercamiento al Son Jarocho?

Mi encuentro con el son fue aquí en Barcelona. Cuando lo escuché me gustó mucho y más cuando supe que era típico de Veracruz. Yo siempre digo: El son llama.

Así que me puse a investigar más en internet. Vi el zapateado, vi que la jarana es el instrumento con el que se ejecuta el son. A un amigo le encargué que me trajera una desde México porque aquí no las venden. Y estuve trabajando un tiempo en las ramblas, vendiendo entradas a turistas, para poder pagarla.

Llegué a Rumanía y le hablé a mi papá de esta música. Como a él le gusta la música, empezó a bailar. Él baila muy bien la música tradicional rumana. Así que juntos vimos videos y empezamos a practicar. Hasta que mi madre nos echó. Nos dijo:

– ¡Fueeera! ¡Salgan al patio porque van a derrumbar la caaasa!

Entonces afuera pusimos una madera. Mi papá con los zapatos de tacón de los años setenta y yo de tacones. Y las bocinas a todo. Así fue como sonó el son jarocho en mi pueblo de Rumanía. No sabíamos los pasos, lo que sonaba, sonaba.

Volví a Barcelona e investigué por internet cómo tocar la jarana. Un año me pasé con el Do, otro año con el Mi, otro año en Fa y otro año en Sol, que es la base del son. Y ya luego tomé clases aquí para zapatear.

En los talleres de son jarocho yo me transportaba a los fandangos de México.

Ya luego en México disfruté muchísimo en mi primer fandango. En Veracruz descubrí que es todo un ritual.

El son es mágico.

Dejo a Uana sonriendo por la hermosa tarde de amistosa charla que compartimos. Ella radiante, emocionada. En dos días subirá a un avión y estará por fin disfrutando de la magia en su amado Veracruz. Mientras camino a casa agradezco a las telenovelas por haberla conocido: Uanita es un ser de luz. 

By Raices

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